sábado, 9 de diciembre de 2006

Soberbia y con orgullo

por Luciano Gorín



“A partir de este momento todos mis escritos son anzuelos:
¿entenderé yo acaso de pescar con anzuelo mejor que nadie?...
Si nada ha picado, no es mía la culpa. Faltaban los peces...[1]

Si tan solo pudiese convertirme, por unos segundos, en el personaje creado por Goethe para tener la oportunidad de que Mefistófeles me haga su propuesta: “...verás con placer: mis artificios. Doite lo que todavía no ha visto ningún mortal”[1], respondería sin vacilación alguna: “¡Sí!, acepto”. Quiero sobresalir, ostentar, elevarme por sobre los demás en dignidad...; quiero ser Fausto. ¿Está mal? Aparentemente eso me quieren hacer creer, eso nos quieren hacer creer. Vanagloria, jactancia, altanería, ambición, hipocresía, presunción, desobediencia y pertinacia son las malas palabras de la modernidad; mejor dicho, faltas que se desprenden de la “humillante” soberbia: “Dios abate a los soberbios y eleva a los humildes “[2].
No voy a discutir con la Santa Biblia, “el bestseller de todos los tiempos”, porque hoy en día sería un discurso fácil. Más aún, no es mi enemigo primordial. Ahora me atañe la Sociedad y la construcción de su nuevo verosímil: “la cultura de lo sano”. Una cultura que se define más por las restricciones que por las libertades que le son inherentes a todo ser humano por la mera condición de su existencia. Donde todo lo que está relacionado con el placer pareciera arrastrar consigo una connotación negativa; se genera un sentido de culpa profundo en el interior del individuo que triunfa. Un sentimiento que lejos está de ser creado por el propio exitoso, sino que es el fruto de las miradas incriminadoras y del aire celoso que exhalan aquellos que nunca nada tuvieron y que nunca nada tendrán.
Desde chica me enseñaron que ser feliz es el objetivo de todo ser humano. Que la felicidad es un estado sublime, un todo, un soplo de plenitud. Estoy segura de que es feliz aquel que no le teme a la muerte. ¿Por qué digo esto? Porque pienso que cuando llegue ese día la persona mirará hacia atrás, sumergiéndose en su pasado, en sus recuerdos; y si de veras está contenta con lo que hizo en su vida, entonces, adiós a ese miedo porque ese individuo fue y es feliz. Aprovechó el tiempo, su vida, y eso basta para aceptar su muerte. Lo que quiero decir es que la felicidad en un hombre está íntimamente ligada a las metas que se propuso y logró concretar en el transcurso de su vida.
Por lo pronto me pregunto si es, verdaderamente, un defecto reconocer mis cualidades y virtudes; digo la verdad y me comprometo a actuar en consecuencia. El hombre yerra, siempre y cuando tenga metas por llevar a cabo. Por eso, puede que me equivoque, no lo creo, pero es una remota posibilidad. Lo importante, en todo caso, es que me propongo lograr objetivos, superarme día a día. Si en este trayecto yo obtengo lo que quiero antes que tú, pues perdóname, mi estimado, pero no es culpa mía, sino más bien un fracaso de tu parte. Les voy a contar una anécdota que está íntimamente ligada con esto último. Cuando yo era chica siempre me iba muy bien en la escuela. Recuerdo un día en particular: tenía doce años y estaba esperando que la profesora de matemática entregara los exámenes. Como no podía ser de otra manera, me saqué un diez. En medio de mi festejo, observé que mi compañero de banco se había sacado un tres. ¿Saben lo que me dijo el ignorante? “Podrías tener un poco de consideración, ¿no ves que estoy mal?” Me pongo a pensar: ¿debo tener cargo de conciencia por haber estudiado como una condenada, por ser mejor, por ser mas inteligente? No señores, no se dejen engañar. Aquí hay un solo responsable: el que no sabe y se saca un tres.
Cuando le conté la historia a mi amigo Nietzsche me dijo que había hecho lo correcto. Me habló de la compasión: “la considero en sí como debilidad, como caso particular de la incapacidad para resistir a los estímulos, a la compasión se la califica de virtud únicamente entre los decadentes”[3]. Para mi consuelo, finalmente, pude encontrar a alguien que esté a mis alturas. Efectivamente, no me resta más que felicitar a Friedrich. Un hombre sin aspiraciones, sin hambre, sin ambición es nada para mí. El hombre actual, moderno, dentro del paradigma de la “cultura de lo sano”, ignora las extraordinarias posibilidades de su conciencia y se encuentra impotente y vacío; limita sus máximas virtudes por temor a ser considerado poco humilde. Daría la impresión de que hoy en día a uno se le está vedado el goce. Porque la sociedad busca atraparnos en una suerte de moralina que asocia nuestras más sublimes libertades con el pecado, el mal, la falsa conciencia. ¡Déjenme ser quien quiero ser! ¿O acaso voy a estar destinada al ocio? Porque, en última instancia, pareciera que en eso nos quieren convertir: seres inútiles que no quieren vivir la vida. Ya lo ha dicho Mefistófeles: “Cómo se enlazan el mérito y la fortuna, eso jamás se les ocurre a los necios. Si tuviesen ellos la piedra filosofal, no habría filósofo para la piedra”[4].
Por otra parte, se me adjudica la falta de capacidad para aceptar críticas o correcciones. Qué tema este... Es singular dicha objeción que se me hace porque la mayoría me ataca de manera casi personal, agresiva y desmedidamente; ¿no será que son unos envidiosos? ¡Ah!, ese sí que es un pecado. Cuidado mis amigos, no vaya a ser que el muerto se ría del degollado... Quiero ser lo más clara posible: ¿se equivocó Eva?, ¿tiene que siquiera prestar oídos a algún reclamo? La tentación de la serpiente ("seréis como dioses") incidía en la aspiración del hombre de olvidar su condición de criatura, de transformarse en un ser superior. ¿Cómo se atreven a culparla? Adán ni siquiera lo intentó. No me vengan a decir que él fue más fuerte porque se resistió a la tentación. Seamos sinceros, si no actuó, en todo caso, fue por pura cobardía. Lo que más me ofende de todo esto es el hecho de que Eva tenga que pedir perdón. ¿Perdón a quién? ¿Por qué? Siempre se guió por una causa noble: querer ser más de lo que se es. Es en este contexto que Fausto firmó el trato con Mefisto (aunque si hubiese sido yo, jamás derrocharía una gota de mi sangre, hubiese insistido en firmar con tinta): su objetivo es, simplemente, el de perseguir la sabiduría. ¿Lo condenamos por ello?, ¿la condenamos a Eva también? La manzana, en Fausto, se convierte en el fruto de la ciencia; y, yo, lo mordería hasta el cansancio.
¿Por qué me abandonaste Fausto justo ahora que ibas tan bien? El arrepentimiento siempre es digno de los inferiores; y tú, Fausto, en ese sentido, me has defraudado totalmente. Hay que disfrutar sin culpa, gozar, ser libre; ¿a quién tenemos que rendirle cuenta de nuestras decisiones? Por favor..., la cuestión va más allá del bien y del mal: la decisión de cada uno es íntegra y completamente amoral.

(Dentro del gabinete de estudio: Fausto, atormentado, inquieto, sentado en el sillón delante de su pupitre, implora piedad)
Fausto: ¡Ah! Ya no tengo sangre para firmar contrato alguno. Si pudiese volver el tiempo atrás... Desdichado de mí que abandoné mis más nobles valores por una ambición desmesurada.
(Entra Niezstche)
Nietzsche: Me avergüenzas Fausto. Sois el fruto de la cobardía... Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento y la verdad es consecuencia del valor, de la dureza consigo mismo, de la exigencia consigo mismo...
Fausto: Ya déjate de artimañas, Mefistófeles. No hay nada en mí que ya no tengas. Acaba con mi vida de una vez por todas, ya no me pertenece y tampoco la merezco.
Nietzsche: ¡Insensato! Abre los ojos, no seas necio. ¿Cómo te atreves a confundirme con un ente mágico e irreal? ¿No ves que todo es producto de tu conciencia? Yo jamás podría abandonar una acción tras haberla comenzado, eso es lo que me constituye como un hombre valiente: la diferencia entre un superhombre y un decadente, como tú.
Fausto: !Oh, puesto que mi alma debe sufrir mi pecado deja que arda en el infierno, por siglos, si así lo deseas, pero concédeme el cielo una vez cumplida mi condena!Nietzsche: ¿Sabes tú, Fausto, por qué soy tan sabio?, ¿por qué soy tan inteligente?, ¿por qué he escrito tan buenos libros? Tan solo porque soy el primer inmoralista. Oscilas constantemente entre dos polos imaginarios: el bien y el mal. No me mal interpretes, yo no refuto los ideales, ante ellos, simplemente, me pongo los guantes. Déjame decirte algo antes de que abandones este mundo: el diablo es sencillamente la ociosidad de Dios cada siete días y la única disculpa de Dios, ante ello, es que no existe.

Mi más amado y fiel cordero... Friedrich. Fuiste hecho a mi imagen y semejanza. Toda vez que toqué tu puerta, estuviste allí, para servirme y es por eso que a ti te dedico este ensayo.

Con orgullo te saluda,
La Soberbia.


[1] Goethe, J. Fausto, Madrid, Espasa Calpe, 1969.
[2] Luc. 14
[3] Nietzsche, F. “Por qué soy tan sabio”, en Ecce Homo, Buenos Aires, Malinca Pocket, 1936.
[4] Goethe, J. Fausto, Madrid, Espasa Calpe, 1969.
[1] Nietzsche, F. “Más allá del bien y del mal”, en Ecce Homo, Buenos Aires, Malinca Pocket, 1936.

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