sábado, 9 de diciembre de 2006

La pereza: el terrible y cotidiano arte de la desmesura

por Lucía Alonso
(com. 50)

Como tantas otras instituciones o categorías, “los pecados tradicionales siguen estando presentes en nuestra vida diaria”, afirma Fernando Savater en su libro Los siete pecados capitales. Claro está que con el transcurso de los años, incluso de los siglos, se operaron profundas transformaciones a nivel político, cultural, económico, religioso y todo ello volcado en el ámbito de social en el que se encontraba inserto el individuo, lo cual generó también cambios en la noción y los usos de pecado capital, conocido como la transgresión voluntaria de la ley divina o alguno de sus preceptos.

Los pecados de la soberbia, pereza, gula, envidia, ira, avaricia y lujuria son conceptos que se relacionan constantemente con el correr de nuestra vida común, ya que en ellos se mezclan cuestiones no sólo religiosas e históricas, sino también económicas, sociales y artísticas, junto con otros factores que tienen que ver con el mundo actual. A todo lo que hacemos, a todo lo que cometemos, sea bueno o malo, siempre le podemos encontrar cierta relación con alguno de los pecados tradicionales. Quizás porque “nuestra sociedad de consumo, que nació como tal en el siglo XVIII, vive gracias a los vicios”, como estableció Bernard de Mandeville, en su obra Vicios privados, virtudes públicas; o simplemente porque todos sabemos que la sociedad se basa en el hecho de que todos deseamos cosas, relacionadas con la carne, el afán o el lujo. Y, paradójicamente, los pecados se constituyen como una especie de advertencia sobre cómo administrar la propia conducta, sobre los peligros que puede acarrear la desmesura frente a lo deseable, una tentación a la cual todos estamos sujetos hoy en día debido al sistema y tipo de sociedad consumista en la que vivimos.
Frente al conjunto de los siete pecados, uno de los más interesantes y hasta misterioso, debido a su pasivo y noble carácter, es el de la pereza, conceptualizado como negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados. La intriga que despierta saber que la pereza es un pecado capital se debe probablemente a la vulgarización de tal concepto frente a su definición original. Calificamos de perezoso a quien duerme mucho, a quien no estudia, al “vago” por naturaleza, por lo cual su uso cotidiano es bastante general. Sin embargo, esta simple “pereza” -o incluso el ocio- no son los que constituyen una falta, sino la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal, de ahí que se reconozca a la pereza como el más metafísico de los pecados. También se la conoce como acidia o acedía, una tristeza de ánimo que aparta al individuo de las obligaciones espirituales y divinas, o sea, de todo lo que Dios prescribe. Entonces, sentir desgano, aversión y disgusto por tales obligaciones resulta pecaminoso. Significa el aburrimiento sentido frente a la existencia toda, no asumir el trabajo que nos exige la vida y, por consiguiente, la transformación de la vida humana en un vacío. Luego sí, la ociosidad es uno de los tantos otros efectos de la pereza, por eso es que vemos a determinadas actitudes “normales”, ya que todos sentimos placer por las comodidades y los placeres mismos, como pecaminosas, por lo general a la hora de efectuar algún reto o crítica, debido al contenido negativo que posee la caracterización de alguien como “perezoso”, o su sinónimo diario, “vago”.
Resulta necesario igual tener en cuenta que el concepto de pereza fue perdiendo su significación religiosa para convertirse en una ofensa contra la economía, de ahí la existencia de ciertos refranes como “al que madrugada Dios lo ayuda” o que sea común decir que “el tiempo es dinero”, y que, por lo tanto, la pereza es mala porque es tiempo perdido. Esta “resignificación” es esencial para efectuar el siguiente análisis.

Uno de los modos más interesantes para analizar el concepto de pereza es mediante el análisis literario. En este caso, la obra escogida pertenece al escritor Franz Kafka y se titula La metamorfosis. El texto, de por sí altamente autobiográfico, tiene como personaje principal a Gregor Samsa, un viajante de comercio que tiene como objetivo principal de vida trabajar para pagar las deudas de su familia. Samsa es una persona solitaria y generosa, que piensa en el bien de sus padres y su hermana, y que por eso trabaja mucho, a pesar de que su profesión le resulte agobiante. Sin embargo, una mañana se despierta convertido en un repugnante insecto, en una cucaracha, y a partir de dicha metamorfosis es que cambiará totalmente el rumbo de su vida, y el de su familia; ese es el hecho principal en el que se basa el cuento. Más allá del cambio físico que experimenta el personaje, lo que Kafka quiere mostrar es el cambio de mentalidad que eso le genera, además de las condiciones de aislamiento y hostigamiento a las cuales, por esa transformación, se encuentra sometido Samsa, en eso reside el contenido autobiográfico del autor.

En la primera parte del texto es muy claro de ver las presiones a las cuales estaba sujeto el personaje: “¡Ay Dios, pensó, qué profesión fatigosa que he elegido! Día tras día, siempre de viaje. Las preocupaciones del trabajo son mucho mayores cuando se viaja que si uno se queda en la tienda; y además, todo el ajetreo, los problemas que acarrean siempre las combinaciones de tren, la comida mala e irregular, las relaciones siempre transitorias, nunca duraderas, que jamás llegan a ser cordiales y humanas. ¡Que se vaya todo al demonio!”[1]. En esta cita se puede apreciar el desgaste y la presión laboral en que se hundía Samsa todos los días, a causa de la presión que tiene también por el lado familiar: “De no ser por mis padres, hace tiempo que habría renunciado (…)” (pág. 23). Sin embargo, en todos los planteamientos que se hace el personaje subyace la idea, propia del sentido común, de que es imposible cambiar el curso de las cosas, de que uno está obligado a cumplir con sus obligaciones y no tiene otra salida: “¿Y si diera parte de enfermo? Eso resultaría muy penoso y además despertaría sospechas (…) Seguramente se aparecería el jefe con el médico de la mutual, les haría reproches a los padres por la pereza del hijo, y rechazaría todos los argumentos remitiéndolos al médico de la mutual, para quien todos los hombres están sanos pero no tienen ganas de trabajar” (pág. 24). Aquí se ve cómo todo acto “anormal” despierta sospechas, y éstas derivan en acusaciones de pereza, ya que todo el que no trabaja peca de perezoso.

Así es como se conforma el entorno de Samsa, se plantean las presiones a las que se encuentra sometido, y el cambio repentino que sufre al despertarse como un insecto que ya no puede cumplir con dichas obligaciones, y que tiene que encontrar la manera de seguir con el mismo ritmo de vida. Porque es de destacar que el protagonista, aún en el estado en que se encuentra, quiere ir a trabajar, está tan obligado a ello, que busca todas las formas de, por un lado, evitar el encuentro con su familia y el gerente que lo acosan para saber qué le sucede que ese día no fue a trabajar, y por el otro lado, movilizarse para tomar el tren y cumplir con sus horarios, lo cual resulta bastante irónico teniendo en cuenta que ya no es un ser humano, sino un bicho: “momentáneamente puede uno sentirse incapacitado para ir a trabajar, pero es entonces cuando hay que tener en cuenta los servicios anteriores, con el convencimiento de que, una vez superado el inconveniente, uno va a trabajar con mayor energía y concentración. Yo tengo muchas obligaciones con el señor jefe (…), tengo que ocuparme de mis padres y mi hermana. Estoy en un aprieto, pero ya conseguiré salirme de él” (pág. 34). Ahora, es en este convencimiento en el que se puede encontrar el sentido del texto: Gregor Samsa desea ir a trabajar, pero no puede, porque inconcientemente ya no soporta más la presión laboral y familiar que lo someten, y por lo tanto se transforma, un poco metafóricamente, en un insecto para romper con su normal ritmo de vida. Se convierte en una cucaracha, y, de algún modo, encuentra en ese estado la satisfacción de verse necesariamente obligado a cortar con la rutina de trabajo. En esa idea se puede resumir lo que Kafka busca representar: de algún modo, su “pereza”, su imposibilidad para trabajar, su metamorfosis, es el único modo que tiene de rebelarse contra el sistema.

Sin embargo, dejando a un costado este “sentido visible” de la obra, es posible realizar una “vuelta de tuerca” sobre el texto, para dar cuenta de otra idea que lo subyace, esa que se relaciona con el estado nuevo que asume el protagonista y la supuesta pereza de la que peca. Porque es evidente que existe una profunda conexión entre estas dos “instancias”, una conexión que no se muestra en forma explícita, pero que es posible descubrir analizando dicha relación.

Por un lado, Gregor Samsa se despierta ya no como un ser humano, sino como un insecto, o sea como algo totalmente despreciable, de ahí que no sea casual el que se transforme en cucaracha, y no en perro, por ejemplo. El estado que asume tiene la particularidad de ser desagradable, asqueroso, repugnante para todo ser humano, además de ser completamente inservible, ya que es sabido que las cucarachas no cumplen ninguna función útil para los hombres. Por otro lado, en relación a esto último, Samsa se encuentra con que ya no puede ir a trabajar, es un animal, pero sigue sujeto a las presiones laborales y familiares, por lo menos hasta que la familia y el gerente se dan cuenta de su metamorfosis. Es interesante ver en esa parte del relato, en que todavía nadie sabe nada de lo que le sucede a él, cómo se altera su entorno: de una parte la familia, que no entiende cómo el hijo no se levantó temprano para tomarse el tren y se preocupa, no tanto por él, sino por ellos que dependen económicamente de sus esfuerzos, y hasta se aprovechan de eso; y de otra parte el gerente que tampoco entiende cómo Gregor se toma el atrevimiento de actuar de esa manera tan mal vista por la cual se lo juzga.

Volviendo a lo anteriormente dicho, entonces, no resulta arbitrario el cuerpo que adopta el protagonista y su imposibilidad para trabajar: se lo ve como un insecto, como a un monstruo, precisamente por esa incapacidad, su inutilidad es la que justifica ese estado. Esto se aprecia claramente en la tercera parte del texto cuando los padres se dan cuenta de que no lo necesitan, que lo que era su hijo, ahora que ya no los puede mantener, se vuelve un estorbo: “¿Quién de los miembros de aquella familia exhausta, agobiada por el trabajo tenía tiempo de seguir ocupándose de Gregor más que lo imprescindible?” (pág. 59). Incluso llegan a sentir vergüenza por él: “Lo que detenía sobre todo a la familia era más bien la total desesperación y la certeza de que ninguno de sus parientes o conocidos sufría una desgracia tan grande como la de ellos” (pág. 59). Así se va produciendo una separación cada vez mayor entre los sentimientos que unían a la familia con Gregor, hostigándolo cada vez más, hasta llegar a querer deshacerse de él: “Tenemos que tratar de librarnos de eso. Hemos hecho todo lo humanamente posible por cuidarlo y soportarlo (…)”, “‘Tiene que irse’ exclamó la hermana, ‘esa es la única salida, padre. Sólo tienes que tratar de desprenderte de la idea de que se trata de Gregor’ (…) ‘¿cómo es posible de que eso sea Gregor? Si lo fuera, hace tiempo que se habría dado cuenta de que es imposible que seres humanos convivan con semejante bicho, y se habría marchado por su propia cuenta’” (pág.68). Finalmente, Gregor termina muriendo, quizás no tanto por las heridas físicas que había sufrido, entre ellas golpes de su padre, sino más bien por el abandono y la humillación al que lo había expuesto su familia, tratándolo como a un insecto.

Queda claro de este modo, más allá de otras posibles interpretaciones que surjan de la obra, que, en forma subyacente, existe una profunda relación entre la metamorfosis que sufre el personaje y su consecuente inutilidad, su “pereza” para llevar a cabo sus actividades corrientes, para contribuir al sistema capitalista. Esta conexión no se ampara sólo en lo dicho aquí, sino precisamente en todo el ámbito social que la reproduce, ya que es en las sociedades actuales en las que se desarrolla esta visión o caracterización prejuiciosa de “perezoso” a todo aquel que no trabaja y que, por lo tanto, no sirve ni cumple ninguna función considerada útil. “El gran planteamiento de los pecados pasa por la mesura y la desmesura que lleva a lo monstruoso”, dice el sacerdote católico Hugo Mujica. En este caso, en la obra de Kafka, lo monstruoso se vuelve tangible con la metamorfosis del cuerpo de Gregor Samsa, para dar cuenta de la desmesura y la monstruosidad a que conlleva el pecado de la pereza.



[1] Kafka, Franz, La metamorfosis, Cántaro editores, Bs. As., 1997, pág. 22. Cito siempre por la misma edición.

No hay comentarios.: